Los síntomas empeoraron después de mis 56 años.
Lo recuerdo como si fuera ayer… levantándome por tercera vez esa madrugada helada, tropezando en la oscuridad hasta el baño, solo para ver salir dos o tres gotas.
Me daban ganas de llorar. No de alivio… sino de rabia
“¿Será normal?”, pensaba.
La edad, el estrés, no sé… uno siempre busca una excusa.
Pero el cuerpo no acepta excusas por mucho tiempo.
Y con el tiempo, las señales se fueron acumulando como cartas de cobro que uno deja sin abrir.
Tarde o temprano… llega el golpe.
- Chorro débil.
- Ardor al eyacular.
- Erecciones blandas que desaparecían como espuma.
- Ganas constantes de orinar.
- Y lo peor… ese vacío. Esa falta de ganas incluso de intentar.
Dejé de reconocerme.
Y cuando me di cuenta, también había dejado de ser esposo. De ser hombre.
Sí, me escondía. Evitaba salir. Llegué a usar pañales. ¡Pañales! A los 57 años.
Cada vez que iba a la farmacia era como un puñetazo en el estómago.
“Es para mi papá”, le decía al dependiente. Y tragaba el llanto.
Pero lo peor no fue el pañal.
Lo peor fue ver a mi esposa mirarme con compasión… y no con deseo.
Eso me mató por dentro.
Un hombre puede perder el carro, el trabajo…
Pero cuando pierde el deseo de la mujer que ama, es como si el espejo empezara a reflejar a un desconocido.
Por vergüenza, tardé en buscar ayuda.
Cuando finalmente tuve el valor de hacerme el examen —ese que la mayoría de los hombres evita por puro orgullo tonto—
ya era tarde.
Diagnóstico: Próstata Ciega.
Una condición que me robaba poco a poco, en silencio y sin dolor.
Y cuando me di cuenta… ya se había llevado casi todo.
Me recetaron medicamentos, fisioterapia urinaria, incluso unos ejercicios raros…
Nada funcionaba.
Fue mi hijo quien notó algo curioso:
había días en los que iba menos al baño.
Empezamos a observar mi alimentación.
Y notamos algo inesperado:
los días buenos coincidían con los días en que mi esposa hacía un postre casero —con cáscara de limón.
Mi hijo empezó a investigar.
Así fue como descubrió estudios prometedores de un equipo del Instituto Hormonal de Uppsala, en Suecia…
sobre los efectos de un compuesto presente en la cáscara del limón
en la recuperación de los receptores hormonales de la próstata.
Él encontró un suplemento creado a partir de esa investigación…
con una fórmula concentrada y reforzada con otros compuestos naturales.
Al principio fui escéptico.
Ya me habían engañado muchas veces.
Pero acepté.
Total… ¿qué tenía que perder?
Empecé a tomar dos cápsulas al día —una en la mañana, otra en la noche.
Y en los primeros 15 días… algo cambió.
- Menos idas al baño.
- Menos ardor.
- Más… firmeza.
Al día 30, por primera vez en años, logré mantener una erección por más de 10 minutos.
Y fue natural. Sin presión. Sin miedo.
Hoy, con seis meses de tratamiento,
puedo decirlo sin vergüenza:
Me siento más hombre ahora que cuando tenía 40.
- Ya no uso pañales.
- Volví a sentir placer.
- Volví a desear.
- Volví a ser deseado.